Cuando la comida es un problema

Estamos acostumbrados a pensar en la comida. Desde antes de nacer la necesitamos para vivir y desarrollarnos. Nuestra conexión con el alimento primero es un cordón umbilical, después una teta, y más tarde el alimento que toma forma más sólida.


En ese momento no somos conscientes de que nuestra relación con ella depende, en gran parte, de los primeros años de vida. La comida además de nutrirnos, nos genera placer, los neurotransmisores se activan y aparece la dopamina, la hormona del placer.
Pero lo que más nos gusta puede transformarse en un problema. La forma en que producimos la comida en la actualidad, no ayuda. Alimentos muy salados o muy dulces, comida que en envases brillantes llaman la atención, superprocesados, refinados, sin nutrientes, con agregados que funcionan como resaltadores de sabor, y que lo único que hacen es darnos ganas de comer cada vez más y perjudican nuestra salud.

¿Cuándo comemos por necesidad y cuándo para calmar nuestra ansiedad, para tapar los agujeros emocionales?
¿En qué momento la comida deja de ser una cuestión nutricional y pasa a ser una cuestión psicológica o una obsesión?

Aunque cada caso es diferentes, es posible identificar las sensaciones para cambiar nuestro comportamiento frente a la comida.

Simple no significa fácil. Nuestra mente tiene la capacidad de abstraerse y volar de un pensamiento al otro en forma constante. 
Hacé la prueba de observarlos durante un tiempo, vas a comprobar que aunque a veces nos dominan, podemos entrenarlos.
Un 90% de nuestros pensamientos durante el día son automáticos, y que la mayoría no son importantes. La mente se llena de nuestra voz interna que pueden tener pensamientos:

*Negativos
*Positivos
*Neutrales, sin connotación.

Es muy loco comprobar a través de un ejercicio práctico la forma en que los pensamientos negativos influyen en nosotros, hasta con reacciones físicas. Por eso es útil identificarlos para trabajar en ellos cada vez que aparecen. �No valgo nada, siempre me pasa lo mismo, no puedo parar de comer, estoy gorda, nadie me quiere. La lista puede seguir hasta el infinito y convertirse en un círculo vicioso en el que la comida tapa momentáneamente la angustia, pero a la vez, la genera. El desafío es modificar aquellas ideas que incorporamos hace años y trabajar para generar más pensamientos positivos, para desterrar los que no nos hacen bien.

El alimento funciona como un regulador emocional, Cuando aparece un estímulo, (una situación X en la que nos vemos involucrados), percibimos la realidad de acuerdo a nuestro sistema de creencias (basado en nuestra historia, experiencia y personalidad), lo que implica un pensamiento automático y una emoción correspondiente. Si la emoción no es agradable va a generar una reacción, una respuesta corporal, que intentaremos dejar de sentir por todos los medios posibles. Ahí aparece la comida como un salvavidas, pero también puede ser la tele, el gimnasio, la tecnología, las drogas, el sexo. Cualquier cosa que nos gratifique y nos genere placer, si lo hacemos en exceso, se vuelve adicción, y sirve para quitar por un rato la angustia, o también el aburrimiento.

Me acuerdo que desde la secundaria, o la facultad, me quedó muy grabado el experimento de los perros de Pávlov, que ante un estímulo como era hacer sonar un metrónomo antes de darles comida, ellos comenzaban a salivar. Algo parecido nos pasa a nosotros, que ante la sola idea del alimento, tenemos una reacción, una respuesta automática. Pero acá está la clave y requiere de bastante voluntad. Podemos frenar, podemos tener una pausa, un momento de libertad interior en el que vamos a elegir la respuesta. Y si aprendemos a reconocer las señales del verdadero hambre y de la saciedad, si nos conectamos con lo que nos está pasando en determinado momento y reconocemos que el estrés o el cansancio son los que nos llevan a tener hábitos poco saludables, vamos a adquirir de a poco otros hábitos. ¿No te pasó alguna vez que una buena noticia te distrajo, cambió tu día y te olvidaste de comer? Claro que no me refiero a dejar de nutrirte, sino a hacerlo mejor, en forma ordenada, cuando de verdad lo necesitás y no por aburrimiento, angustia o simple compensación. El doctor citaba la famosa frase de Buda: El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional, para que revisemos nuestro vínculo con el dolor, con la vida y con la muerte. Depende de nosotros generar momentos de felicidad o regodearnos en el sufrimiento ante experiencias que todos vamos a pasar.

Hay varias maneras de modificar comportamientos enfermizos, la actividad física es necesaria en el proceso de recuperarnos de la adicción. A mí me encanta bailar, cuando lo hago, me olvido de los problemas. Una amiga empezó a ir a un taller de canto y dejó de fumar, ahora cada vez que está ansiosa, practica, no importa donde esté. En nuestro espacio de libertad, tenemos el control de nuestros actos y podemos aprender a aceptar lo que sucede, no juzgar, observar, sentir y disfrutar.

El objetivo de este trabajo que comparto a continuación es empezar a conectarnos con nuestra interioridad. Aceptando lo que nos sucede. No rechazándolo. No juzgándolo, no forzándolo a cambiar ni queriendo que sea otra cosa distinta a lo que hay. Para eso necesitamos re-conocer-nos. Este camino se transita al des- cubrir (sacar el velo que cubre) lo que nos sucede. Entonces vamos a darnos unos minutos para encontrarnos con nosotros mismos. Ese primer encuentro debe ser amistoso y calmo. Vamos a observar ¿cómo es nuestra relación con la comida? Vamos a profundizar curiosa y amigablemente, SIN PRE- JUICIOS, solo observando. Para ello tomamos cada pregunta y dejando que surja la respuesta. Y una vez que esa pregunta aparece, no nos encerramos en la respuesta.

No la pensamos, no la rumiamos, solo la observamos como si fuera una foto. La registramos y la dejamos pasar como una ola. Nuestra mente quizás nos responda con imágenes, palabras, recuerdos, angustia, confusión, certezas, juicios o culpa. También puede suceder que no encuentres ninguna respuesta en un momento dado. No importa. Lo dejamos pasar. Después van a venir nuevas respuestas. Las observamos, hasta que notamos que se va haciendo una respuesta más clara. No conceptual desde la mente. Sino percibida desde la presencia del corazón. Vamos a ir haciéndonos preguntas como:

¿Comes muy rápido? ¿Te salteas las comidas principales?
¿Tenes el hábito de comer grandes raciones casi sin darte cuenta?
¿Comes mucho por la noche?
¿Tomas bebidas azucaradas?
¿Salís a comer a fuera con frecuencia?
¿No te haces el tiempo para preparar comidas sanas?¿Comes más los fines de semana que durante la semana?
¿Comes para sentirte mejor, aunque sea a corto plazo?
¿Comes cuando estás enojado, aburrido o estresado?
¿Estás utilizando la comida como muleta?
¿Intentas alimentar un hambre emocional?
¿Practicas menos de 25 minutos de ejercicio por día?
¿Miras más de 1 hora de televisión por día?
¿Dormís lo suficiente?
¿De dónde obtenés los consejos para su alimentación?

Son disparadores, el trabajo práctico apunta a registrar las respuestas que surjan (podés escribirlas en un cuaderno). Intentar no juzgarnos, suceda lo que suceda para encontrar nuevas respuestas en nuestra experiencia pura, limpia de distorsiones, confusiones y sufrimiento.


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