Comprender mis hábitos alimentarios en lugar de luchar contra ellos

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Si en el artículo del mes pasado estuvimos viendo las claves para poder distinguir entre en hambre real y el hambre emocional. En esta ocasión ahondaremos un poco más y nos centraremos en comprender en profundidad las implicaciones del hambre emocional en nuestros hábitos alimentarios.

El hambre emocional
El primer paso es no enjuiciar este concepto como algo negativo. El comer emocional es algo que está presente en nuestra sociedad y en las personas que habitamos en ella, por tanto, no distingue de edades, genero, ni clases. Es algo a lo que todos somos susceptibles y participamos en mayor o menor medida.

Por ejemplo, si una persona en su tiempo libre, tiene por costumbre “salir a tomar una cerveza o un refresco” con los amigos, y efectivamente, su elección de consumo es siempre la misma, lo que se está reforzando aquí es la asociación del uso del alcohol y las bebidas azucaradas al ocio.

En consulta he llegado a ver a pacientes con dificultades para pedir algo tan natural como una “botella de agua” en alguna situación donde los demás comensales tenían un refresco o una bebida alcohólica delante.

Y cuando se analiza esta conducta de cerca, suele suceder que la elección de la bebida surgió de forma espontánea, casi sin pensar. Cuando se pregunta, tras muchas veces de asociar la cerveza con momentos de ocio agradables, esta elección difícilmente se cuestiona, simplemente llega el fin de semana “deseando” tomar esa cerveza que tan asociada tengo a la ausencia de trabajo, estrés o la ansiedad.

Relación de nuestras emociones con los hábitos alimentarios
A nivel socio-cultural, gran parte de nuestros hábitos alimentarios y lo que nos acontece en la vida lo relacionamos con la comida: celebraciones, acontecimientos, ocio…, pero también lo asociamos a situaciones de estrés, de desconcierto, cansancio, tristeza o angustia.

Otro ejemplo, a una niña a quien se le premia con un dulce tras conseguir un logro importante puede crecer asociando fácilmente que los dulces son una buena recompensa por el trabajo bien hecho. Un niño que recibe galletas por dejar de llorar puede aprender a asociar las galletas al consuelo.

Independientemente de cual sea la situación, cada uno tiene que analizar la función que cumple la comida en su vida, sobre todo si es percibida como problemática, cosa que a veces no es sencilla ni tiene una respuesta fácil. Es necesario observarse de forma consciente para que nuestra propuesta de cambios alimentarios llegue a buen puerto. Y cuando identifiquemos esas señales de comer emocional, poner el foco en que está sucediendo en mi vida en ese momento y ver como estoy internamente, antes que atender a la lucha por resistirse a “tomar” o “no tomar” según qué alimento.

A veces, el inicio de este tipo de alimentación emocional surge durante acontecimientos importantes en nuestras vidas donde hemos tenido que realizar un gran esfuerzo adaptativo, lo cual puede suceder estando ha estado el estresor presente, o en el momento en que este ha desaparecido. Pero más a menudo son los innumerables y pequeños estresores cotidianos los que hacen que las personas busquen consuelo o distracción en la comida.

Conclusiones
En definitiva el comer emocional no es algo que “se tiene, o no se tiene” sino una gradiente que todos desarrollamos en mayor o menor medida, convirtiéndose en un serio problema para algunas personas. Está claro que no todo el mundo posee esa conexión tan estrecha entre el comer y las emociones, pero en el caso que esté interfiriendo en nuestra vida sería interesante probar a aumentar nuestra conciencia sobre lo que nos sucede, y tener un pensamiento crítico, pero no culpabilizador, sobre nuestros hábitos alimentarios, cosa que nos ayudará a tomar mejores decisiones en lugar de desgastarnos, que es lo que suele suceder con la culpa.

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